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viernes, 2 de enero de 2009

III Al Pensamiento Existencial.


Había estado allí cientos de veces. El mismo color, mismos aromas, la misma calma tras las sombras de aquel viejo telón. Recuerdo que una vez estuve allí, los aplausos, los gritos… el fuego…
Pero eso fue un poco más tarde.
A pesar de todo, algo era distinto, algo cambiaba.

En la oscuridad, mi voz ronroneaba pequeños solos despistados, en medio de aquel mágico silencio muerto. Recordé las sonrisas de los niños, los suspiros de los más expertos, y las críticas acalladas.

Aquello estaba hablándome en su propio lenguaje de secretos (o quizás nuestro...), y me gritaba, sus frases sangraban mis oídos con auténtico estruendo.

Me asomé al balcón, con una sonrisa dibujada en los labios, sacada de algún tomo de Alejandro Dumas.
Soñé por mucho tiempo, soñé soñar que el viento me acariciaba en la cara, y el sol me cegaba, soñé soñar volver a ver sus rostros entre las nieblas, para hablar, no para ir a buscarlos…

En medio de mi catarsis, algo quebró bajo mis pies, que me hizo tambalear y caer sin remedio estrepitosamente al frío suelo de mármol desgastado por las llamas pasadas.

El e c o sordo de mis pasos se escuchó varias veces, pero no pasó nada.
Silencio.

Me levanté, abrí un poco más los ojos, y mis manos golpearon el aire con furia. Supe desde entonces que tendría que descifrar aquella historia bajo capas de polvo.

Años antes, aquello fue el echo de separar mi vida en pequeños actos, donde yo aprendí a usar máscaras, palabras e ironía, donde el llanto y la risa eran uno y no eran nadie.

Y creo todavía que mi alma espera verte bajar por aquellas escaleras de plata, mirando a un y otro lado con la sonrisa ausente, sereno, y la mirada perdida, buscándome.

Porque no. Porque nunca olvidaré tu primera mirada.

Decidí esconder los relojes, las horas pasaban lentas, y mi memoria muere, pero nunca olvida; qué casualidad mas dulce, y más peligrosa, tú, de nuevo, conmigo, en nuestro camino,
contando las vidas que
nos quedan para marcharnos,
me iré contigo, me iré lejos, lejos…
me iré donde tú quieras, me iré;
me iré donde la brisa susurre tu nombre,
me iré donde el viento te traiga echo palabras,
me iré donde en atardecer sea eterno,
me iré contigo a donde quiera que vayas…


Y allí encontré tu libro,
en mi huída de aquel mundo
de sombras y máscaras,
a dos palmos de mi ser,
allí estaba tu alma,
escondida, callada…

Entonces supe que nunca seré tuya, y por eso me tendrás siempre.

Entonces comprendí…

No hay nada como vivir entre tus páginas.

No hay nada como refugiarse en los sueños, y soñar despierta…

No.

No hay nada como volar…

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