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A donde van los escritos extraviados...

jueves, 8 de julio de 2010

Ciudad del Silencio.


Viajaba hacia el infierno de los callejones. Había tenido pistolas en la sien, aún sin saber por qué. Visto tan de cerca, el cañón de las 28 le parecía un túnel de viento.

Hay disparos que van directos al dolor. No necesitamos sangre para vivir, ya ni siquiera necesitaba respirar. No era valiente. En la oscuridad todo pareció más inofensivo y a la vez, más inquietante.

Sería mejor sin saber quien era, sería más divertido. Dos millones no significan nada comparado con saber su nombre. Pero no se habían visto antes, y tampoco sería hora.

Las esquinas son el lugar de las princesas populares. Son su único lugar. Y todo el mundo sabe, el punto del dolor. Esa esquina en la que se concentra su origen, su genealogía, extendiéndose, dispersándose, evaporándose en hedor hacia la gran ciudad.

Podría haber sido divertido, jugar a disparar.

Entre el bien y el mal.


A veces se nos olvida ser felices, porque nuestra mente está ocuparse de cómo serlo, o qué nos falta para alcanzarla. Y a veces realizamos el día a día como si fuéramos autómatas, “simplemente vaciar y siguiente”, pero no todo podemos hacerlo siguiendo la intuición, no debemos hacer que la sociedad funcione por impulsos, rabietas, o arrebatos de última hora; seríamos un mundo libre, pero podríamos correr el riesgo de volvernos completamente locos. La razón es fuente de defensa y de disputas, pero nos es necesaria: formular unas órdenes y leyes para la conciencia humana que deberían estar ya implícitas, y cuando el ser humano atraviesa un periodo de monólogos consigo mismo como preguntarse a sí mismo por qué estamos aquí, o qué zapatos ponernos por las mañanas, en cualquier circunstancia está entrando la toma de decisiones, ya sean principales o secundarias, tomamos cientos de decisiones rápidas a lo largo de un día cualquiera de nuestras vidas, pero la reflexión nos ayuda a tomar la correcta opción. Y a veces es muy largo el camino hasta llegar a la consecuencia final, porque al fin de al cabo, todo se mueve bajo causalidades. Einstein nombró que a veces resulta más interesante saber cuál fue el camino que nos hizo llegar a tal situación, que cuáles son las características en las que se desenvuelve nuestro presente, en verdad.
Y la reflexión es necesaria para dividir actos positivos de actos negativos, la diferencia entre el bien y el mal es algo verdaderamente real, todos los humanos sabemos lo que está bien y lo que está mal, y lo sabemos no sólo porque lo hemos aprendido, sino porque es inherente a nuestra mente. Por ejemplo, Kant. Inmanuel Kant nació en 1724 en la ciudad de Könisberg, al este de Prusia. Vivió casi toda su vida en su ciudad natal, y murió a sus 80 años. Venía de un hogar severamente cristiano y su religiosidad marcó fuertemente en sus teorías filosóficas, ya que apoyaba salvar la base de la fe cristiana (Al igual que Berkeley.)

Pues entonces, una de las teorías según Kant fue que todos los seres vivos tenemos una “razón práctica”, es decir, una capacidad de razonar en cada momento; nos dirá lo que es bueno y lo que es moralmente, pero como seres humanos, también tenemos nuestra intuición.
El caso es, el ser humano posee de cerebro para razonar, se hace preguntas; ¡por ejemplo!:

Si en una habitación hay un gato, y de repente un ovillo de lana se cuela rodando por la puerta, ¿qué hará? Lógicamente se lanzará a jugar con el ovillo: es cuestión de instinto, y nada más. Pero, ¿y si en vez de estar un gato, fuera una persona? La persona se podría parar a observar unos segundos desconcertada, el ovillo de lana que entra por la puerta, pero dudo mucho que se ponga a jugar con él; más bien se preguntará el motivo de por qué ha irrumpido allí. Y eso ya implica reflexión, por lo tanto, queda demostrado que no podemos tomar decisiones sin la reflexión ni la intuición, que ambas son necesarias; mayormente el instinto siempre será parte de nosotros mismos, pero…¿es una capacidad innata?...