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A donde van los escritos extraviados...

martes, 27 de abril de 2010

Todo lo que tienes que hacer.

Y Claire miraba cuando a veces no merecía la pena, sabía guardar la ropa y nadar en la memoria; era entonces cuando aprendía a escoger las cosas maravillosas, hacer de ellas un cúmulo de trastos que no necesitaba y guardarlos todos ahí dentro, en el centro de los multilenguajes, la brújula sin aguja ni dirección, el ventrílocuo, el payaso idiota pero hábil. Allí donde las cosas empiezan a doler o a cobrar vida.


¿Está? No, no está. Oh, dónde estás. Ahora no tengo un lugar predilecto donde conservar la amargura. O sí. Creo que la dejé toda en la billetera la otra tarde. Los cafés apestan a Lores y carbón. Y a futuros poetas que no saben de qué va la vida.

Algo importante, las cosas importantes son de las que menos debes esperar. Las cosas pequeñas son lo único que puede mantenerte viva, Claire.
La suerte brillando al borde de una alcantarilla. Las caricias que solo puede darte el sol en un día de verano.
Los arañazos en los bardales, las caídas por las escaleras. El amor de un idiota. Los helados derretidos, el chocolate empastado. La nata empanturrada a lo largo de un plato. La lengua. El sabor. Gracias a Dios aún podemos sentir el chocolate y la nata. Y los helados. Y los besos de un idiota.

La luz del sol es importante, por eso se que no te hará falta. Todo lo que tienes que hacer es seguir las sombras.
Los placeres pequeños y habitualmente sombríos, apagados. Todo aquello que te parezca vano es algo que el destino escogió solo para ti. Los pequeños detalles. Las monedas de cinco centavos que encuentras por la calle. Los besos del idiota.

Nadie lo tendrá más que tú. Sólo tú podrás seguir las sombras y las pequeñas cosas, solo para ti, todo para ti. Especiales e insignificantes.

Porque la luz del sol lo eclipsa todo, no deja ver el fondo surrealista. No deja ver las sombras.
No deja ver lo bueno de las cosas malas.


Sigue las sombras, es todo lo que tienes que hacer.




Aquella carta era demasiado breve para explicar algo tan sencillo como ser feliz. Porque al fin de al cabo, según Claire, aquello no era importante. Pero lo dejó en la misma parte que la amargura, el tabaco y los besos. Lo ocultó todo entre los muros, entre el corazón. En su cartera y la foto doblada de alguien que sin saber por qué, nunca supo si fue importante o no, pero estaba ahí, entre la luz de los rayos del sol.

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